miércoles, 9 de diciembre de 2009

La noche anterior había sido mi cumpleaños. Chiqui y yo cenamos de "novios" en el restaurante donde celebramos el banquete de boda (si es que puede llamarse así a una comida en la que sólo estaban los novios y el padrino, claro), y después nos juntamos con un par de amigas para cervecear, charlar y, por qué no, echar unos bailes..

No bebí mucho, no sé qué pasa pero últimamente no tolero el alcohol, por eso me sorprendí a mí misma cuando me levanté de madrugada para ir al baño y echarlo todo. Y me seguí sorprendiendo cuando, a pesar de que ya no había nada más que echar, seguía yendo. Y yo en mi inocencia sólo pensaba "uff, que resaca más mala!"

Después llegó el dolor en el costado, y eso sí que me asustó. No se parecía a ningún dolor que hubiese tenido antes, y aumentaba, aumentaba... no podía tumbarme, no podía sentarme, no podía estar de pie, no podía con la vida vaya..

Finalmente Chiqui se puso serio y me llevó a urgencias. Cuando llegamos parecía que el dolor había remitido un poco, y yo pensé "vaya con Murphy, vuelve a hacer de las suyas", lo cual debió ofender al tal Murphy sobremanera, porque en cuanto entramos en el cuarto donde estaban los enfermeros el dolor volvió con más fuerza que nunca.

Como pude me pusé el camisón reglamentario y utilicé el frasco, reglamentario también. No teníamos room libre, así que me pusieron en una camilla en el pasillo. Pero yo no podía tumbarme, ni sentarme, ni estar de pie ¿recuerdan?, así que vagaba como alma en pena, mirando con rencor a las enfermeras que charlaban animadamente mientrás yo agonizaba a escasos pasos de sus risas..

"¡Esta gente no tiene corazón!", dice Chiqui que decía, aunque yo de eso no me acuerdo mucho, la verdad. Por fin vino el médico, me tocó, me preguntó, me examinó... que sé yo, a esas alturas yo no estaba para formalismos.

La enfermera que yo tanto había odiado antes vino para colocarme una vía, sacarme sangre, y darme morfina... ¡bendita morfina!... según me la puso lo primero fueron unas terribles ganas de vomitar, que por lo visto debía ser algo normal. No tenía yo nada que echar a esas alturas, pero aún así mi cuerpo hizo un poder. Después me tumbé y poco a poco, el dolor simplemente se fué... se fué... se iba yendo...

De odiada a amada en cuestión de gotas, podría decirse. Creo que la dije "you are the best!", que es lo máximo que podía dar de sí mi inglés en aquellas circunstancias, y que me prometí a mí misma en ese mismo momento que si algún día tenía una hija, llevaría el nombre de la enfermera-camello... (luego descubrí que se llamaba Angélica y.. bueno.. ¿hasta qué punto tienen valor las promesas que hace una cuando está drogada??.. )

Después un sobre enterito de antibiótico intravenoso para mí solita, y a esperar... A esas alturas, yo dormitaba más que otra cosas, enormemente agradecida por que el dolor se hubiese ido, y sonriendo con autentico fervor a Angélica cada vez que entraba en mi campo de visión.. ;)

Cuando ya tuve fuerzas suficientes a casa, y a esperar a que la infección en el riñón se vaya para no volver..

Y aunque ha sido una experiencia más dolorosa que otra cosa, Chiqui y yo no podemos evitar reírnos cuando pensamos que he estrenado los 32 con un chute de morfina, nada más y nada menos... ahí, sacando el barrio... ;)

Eso sí, espero no volver a necesitarlo nunca, que yo con el paracetamol tengo más que suficiente..

Amén.